Como ya mencioné en una entrada anterior, la metodología que he elegido para trabajar los contenidos de la historia literaria con el alumnado de ESO, desde una perspectiva de género, es la propia de los talleres educativos[1].
El taller educativo es un método activo de enseñanza-aprendizaje que parte de la noción de “taller” como lugar donde un conjunto de personas trabaja cooperativamente con el objetivo de producir ideas y materiales propios. Se trata de una
realidad integradora, compleja, reflexiva, en que se unen la teoría y la práctica como fuerza motriz del proceso pedagógico, orientado a una comunicación constante con la realidad social y como un equipo de trabajo altamente dialógico formado por docentes y estudiantes, en el cual cada uno es un miembro más del equipo y hace sus aportes específicos[2],
de un “tiempo-espacio para la vivencia, la reflexión y la conceptualización, como síntesis del pensar, el sentir y el hacer; para la participación y el aprendizaje”, esto es, un “lugar del vínculo, la participación, la comunicación y, por ende, lugar de producción social de objetos, hechos y conocimientos”[3]. Es, por tanto,
una vía idónea para formar, desarrollar y perfeccionar hábitos, habilidades y capacidades que le permiten al alumno operar con el conocimiento y al transformar el objeto, cambiarse a sí mismo[4]. Sigue leyendo